Cómo vencer el miedo a confesar pecados de lujuria

Definitivamente, los pecados de lujuria son los que más vergüenza cuesta confesar. Tristemente, la mayoría tendemos a querer proyectar una imagen muy decente ante los demás, y la soberbia llega incluso a impedir que este tipo de pecados, que ensucian nuestra imagen, sean manifestados en el confesionario.

Antes que nada, debemos saber que ocultar pecados en la confesión constituye una falta gravísima. Al hacerlo, la confesión es inválida: no se perdonan los otros pecados y además se agrega el pecado de sacrilegio. No obstante, debemos contrastar que los pecados olvidados sí quedan perdonados, pero recalco, los que se olvidaron, no los que intencionalmente se ocultaron. Si te confesaste y se te olvidó decir algo, puedes ir en paz, ya está perdonado, pero confiésalo en la próxima ocasión.

Confesar los pecados de lujuria constituye en sí un reto, por la barrera de la vergüenza y porque muchas veces no se sabe elegir cuidadosamente las palabras para confesarlos de forma clara pero sin faltar a la modestia en el lenguaje. Por ello, he decidido hacer esta entrada dando algunas recomendaciones para hacerlo adecuadamente.

Primero, recordemos que una buena confesión consta de 5 pasos: examen de conciencia, dolor de los pecados, propósito de enmienda, decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia. El examen de conciencia debe ser hecho con diligencia y humildad para reconocer nuestras faltas. A este paso hay que dedicarle mucho tiempo. Si deseas hacer un buen examen de conciencia, da click aquí para ver una guía práctica para la confesión.

Una vez hecho el examen, debemos sentir pesar porque con nuestros pecados ofendimos a Dios, nos dañamos y dañamos al prójimo (dolor de los pecados) y debemos tener el deseo de no cometerlos más (propósito de enmienda). Sin propósito de enmienda, la confesión no es válida. No tiene propósito de enmienda el que se confiesa deseando volver a cometer el pecado, pero sí lo tiene el que siente temor de volver a cometerlo en el futuro, aunque no quiera.

Una vez hechos los pasos anteriores, sigue decirle los pecados al confesor. Hay quienes recomiendan decirle primero los pecados que más vergüenza nos da confesar, para que los nervios no te lleven a ocultarlos. En lo personal, yo los confieso en el orden de los 10 mandamientos de la Ley de Dios, pues así me es más fácil recordarlos. Ambas formas son válidas.

Llegarás al confesionario y el sacerdote te dirá “Ave María santísima”, a lo que se responde “sin pecado concebida”. Dependiendo del confesor, algunos pueden hacer un breve diálogo preguntando cómo estás, de dónde vienes, etc., para romper el hielo y establecer sensación de confianza. Otros pueden indicarte rezar el “Yo confieso” y luego preguntar cuándo fue la última vez que te confesaste, para enseguida preguntar de qué pecados te arrepientes. Si no te pregunta cuándo te confesaste, indícaselo: “Padre, he pecado, hace un mes (o un año, o 5 años, etc.) de mi última confesión…” y luego le dices tus pecados.

Para los pecados de lujuria, y para todos los pecados en sí, hay que decir al confesor el pecado que se cometió, la frecuencia con que se cometió y las circunstancias agravantes.

Al confesar, hay que ser claro, conciso y usar un lenguaje decoroso. Por ejemplo, si se cometió adulterio, hay que decirlo tal cual, “cometí adulterio”. Lo mismo si se cometió fornicación, masturbación, consumo (o producción) de pornografía, lecturas indecentes, tocamientos, conversaciones impuras, chistes y conversaciones rojas, o si se consintió a pensamientos y deseos impuros.

La frecuencia del pecado se debe confesar porque es también una agravante. No es lo mismo cometer adulterio una vez que cometerlo diez veces. Si no es factible decir el número o no lo recuerdas, se puede decir de manera aproximada. Por ejemplo, sería válido decir: “en estos años he caído en la masturbación con mucha frecuencia”, o “he fornicado con muchas personas distintas”. Si bien lo ideal sería decir el número, no siempre se lleva la cuenta o no es decoroso decirlo. Una vez, al confesarme, le dije al sacerdote “he caído en la masturbación tres veces”, pero al sacerdote no le pareció propio, y a modo de regaño me dijo que no era necesario decir el número, que cómo iba a decirle el número otra persona que se pasara todos los días haciéndolo varias veces al día. De cualquier forma, los sacerdotes regañones son raros, la mayoría escucha sin hacer gestos ni expresiones de asombro, y si te tocara un sacerdote regañón, más vale un par de minutos de vergüenza en el confesionario que una eternidad en el infierno.

Las circunstancias agravantes se deben expresar. No es lo mismo cometer un pecado de lujuria a solas que hacerlo con alguien más. Tampoco es lo mismo que el pecado involucre a una persona común que cuando la persona en cuestión está casada, es sacerdote o religioso/a, es de tu mismo sexo o es tu pariente. Tampoco es lo mismo si tú eres soltero o casado. Confesar las circunstancias agravantes permite ponderar la gravedad del acto, y en muchos casos, da herramientas al confesor para darte consejos personalizados para no recaer.

Debe tenerse cuidado en el lenguaje al confesar las circunstancias agravantes para no caer en vulgaridades o detalles innecesarios. Recuerda que se trata de decir al confesor qué fue lo que cometiste, no de contarle el desarrollo de los sucesos. A continuación, pondré algunos ejemplos ficticios de posibles formas de confesar:

“En mi pereza, he pasado mucho tiempo en el internet, y a causa de ello he visto imágenes sugerentes.”

“En muchas y repetidas ocasiones, he consentido pensamientos y deseos impuros hacia otros hombres, he visto pornografía y a solas me he procurado el placer carnal”. (Nótese cómo en este caso se está confesando de forma específica que se tienen tendencias homosexuales, que se ha visto pornografía -se sobreentiende claramente que es pornografía gay- y masturbación de forma que constituye un vicio, pero sin caer en lenguaje soez.)

“He consentido pensamientos y deseos impuros hacia otros hombres, he visto pornografía cuya perversión es difícil de cuantificar, y una vez cometí fornicación con otro hombre.”

“A lo largo de estos años he pecado mucho contra los mandamientos sexto y noveno. He caído repetidas veces en la pornografía y la masturbación, y he fornicado con muchas mujeres, una de ellas es casada.”

“He lanzado miradas impuras hacia una mujer”.

“Se me han presentado tentaciones de la carne y no he tenido a bien alejarme desde el primer momento, cayendo en pensamientos impuros”.

En fin, son muchísimos posibles escenarios. En el examen de conciencia que puedes leer aquí, se especifica muy bien cuáles pueden ser. Si no lo leíste desde el principio, te recomiendo que lo hagas ahora.

Recuerda también que debes confesar qué hiciste y no tanto por qué, para que no parezca que te quieres justificar y culpar a otros. Vas a confesar tus pecados, no los ajenos. Por ejemplo, sería incorrecto decir: “un amigo me sedujo y por culpa del él caí en la fornicación”. Basta que digas que fornicaste con un amigo y que trates de alejarte de esa persona que es para ti ocasión próxima de pecado.

Recuerda que el demonio te quita la vergüenza para que peques y te la devuelve para que no te confieses y que no seas perdonado. Al confesarte, estás reconociendo que pecaste ante Dios, es a Él y no al sacerdote a quien le das cuentas, y Dios ya conoce lo que hiciste, pero te pide un acto de humildad para que lo confieses ante alguien a quien Él mismo otorgó el poder de absolver. Si bien para muchos puede ser ilógico confesarse ante otro hombre, de primera experiencia te aseguro que confesarte y tener la seguridad de que fuiste perdonado, por palabras del presbítero, da una tranquilidad de conciencia y una paz inefables, porque recobras la gracia santificante y el Espíritu Santo actúa en ti.

No debes de sentir vergüenza por el qué va a pensar el sacerdote, ellos conocen la naturaleza humana y han escuchado tantas cosas que lo más seguro es que tus pecados no le causen ninguna sorpresa, especialmente en estos tiempos donde la lujuria está tan extendida.

Al confesarte, recibes la gracia santificante. Esta es un auxilio de Dios que te impulsa a hacer el bien y evitar el mal. Si has estado luchando contra un pecado que ya es para ti un vicio, verás que después de confesarte es mucho más fácil no caer en ese pecado.

Recuerda que los pecados de lujuria, si bien suelen ser los más vergonzosos, no son los únicos pecados y quizá hay otros peores. Esto hará que la lujuria no sea el centro de tu vida y ayudará a vencer la vergüenza de confesarlos.

De mi parte es todo, seguramente entre los lectores habrá otras recomendaciones para vencer el miedo a confesarse. Todo consejo es bienvenido en los comentarios. Dios los bendiga.

Comentarios

  1. Hola hermano, agradezco muchísimo tus consejos para realizar una confesión sincera. Agradezco a Dios que he podido encontrar este blog donde puedo ser ayudado para ser sincero, no echarle la culpa a otros de mis pecados y lo que es peor, victimizarme para justificar mis malos hábitos y vicios. Que Dios te siga ayudando en esta misión de anunciar el evangelio con tu vida. Me encomiendo a tus oraciones para que el Señor me ayude a abandonar la pornografia gay y poder empezar a ser ayudado por mi Señor Jesucristo. Bendiciones

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