Enamorándome de una mujer
La gente tiende a pensar que la orientación sexual es algo que se mide en términos absolutos: o se es totalmente homosexual o totalmente heterosexual. No obstante, la realidad es diferente. Dentro de esos dos extremos hay diferentes grados de atracción a uno u otro sexo. Por ejemplo, puede haber personas heterosexuales, pero que serían capaces de reaccionar eróticamente ante una situación homosexual, aunque no lo lleven a la práctica. De igual manera, hay homosexuales que son capaces de reaccionar eróticamente ante alguien del sexo opuesto.
Por ello, no es ninguna sorpresa que alguien que sea predominantemente homosexual se enamore de alguien del sexo opuesto, sin que esto lo convierta en lo que conocemos como bisexual estricto.
Podríamos poner esto en una
escala de porcentajes. Por ejemplo, en lo personal yo me podría evaluar con un
75% de atracción por los hombres y un 25% por las mujeres. Así, hablaríamos de
que soy “predominantemente homosexual”, y no bisexual, que sería un 50%-50%.
He mencionado en twitter que me he enamorado de mujeres, y no sé por qué los militantes LGBT se han enojado, como si se tratara de una falta de lealtad a su colectivo, al que ni siquiera suscribo ni es de mi agrado.
Ya he contado mi experiencia con los hombres, ahora contaré mi experiencia con las mujeres.
Cuando me preguntan si he tenido novia, respondo que no. Cuando tenía 14 años, hubo una muchachita de la secundaria que se sentía atraída por mí, comenzó a mandarme recados y a expresar sus sentimientos hacia mí. A mí, ella no me gustaba, pero le seguí la corriente, animado por mis amigos.
Un día, ella me pidió que fuéramos novios. Yo me sentí muy sorprendido, porque normalmente es el hombre el que toma la iniciativa, pero con nosotros fue lo contrario. Le dije que sí, y por un par de meses tuvimos una relación.
Hablábamos por teléfono, sonreíamos, nos contábamos nuestro día a día… Ella era más emocionalmente intensa que yo. Solía mandarme mensajes muy románticos y me dedicaba canciones, lo cual me ponía en situaciones difíciles porque yo no podía decir lo mismo de mi parte.
Cuando nos veíamos en persona, simplemente nos tratábamos como amigos muy cercanos. Nunca nos besamos. Al parecer, ella se comenzó a cansar de mi falta de expresividad, lo cual era mi objetivo, y un día terminamos nuestro noviazgo por teléfono, sin guardar rencores ni enemistades.
En ese tiempo fue cuando también me enamoré de un hombre, de mi mejor amigo, aunque esa historia es muy larga como para contarla aquí.
Terminé la secundaria y entré a la preparatoria. Sólo unos pocos compañeros de la secundaria fueron a la misma preparatoria que yo, por lo que, al inicio, que al inicio me sentía solo y aislado en un salón lleno de desconocidos.
Había en mi grupo una chica que era conocida por ser muy inteligente, de esas personas que siempre eran el primer lugar de su clase, igual que yo. Un día, me senté al lado de ella, hice una broma para romper el hielo y comenzamos a hablar. Allí comenzó una linda amistad con ella.
Nos convertimos en cómplices. Estudiábamos juntos, hacíamos equipo para las clases y exposiciones. En los exámenes, teníamos un código secreto para corroborar nuestras respuestas antes de entregarlos. Muy a menudo, iba yo a su casa con el pretexto de hacer tarea juntos, aunque la mayor parte del tiempo la pasábamos en su cuarto platicando. Yo le agradaba a su mamá y a su papá, con quienes hasta ahora llevo una buena amistad.
Esta chica, además, es hermosa: es de estatura media, delgada, con curvas, de piel morena clara y grandes ojos oscuros, muy “tapatíos”. Yo comencé a sentirme atraído por ella. Cuando teníamos contacto físico yo sentía que mis latidos cardíacos se aceleraban.
En un momento inesperado, ya estaba pensando en ella durante el día. Antes de dormir, mientras conciliaba el sueño con la luz apagada, pensaba en cómo sería nuestra vida si fuéramos novios, incluso en cómo sería estar casado con ella. En otras palabras, estaba enamorado.
Sin embargo, nuestro amor no podía ser. Ella tenía un novio mayor que nosotros, que además era adinerado. Yo no creía que ella fuera a preferirme a mí por encima de él. En ese tiempo, yo no era muy agraciado físicamente: era muy flaco, tenía acné, y por la pobreza en que vivía, no podía usar ropa de moda ni recibir un tratamiento dermatológico.
Además, mi autoestima estaba por los suelos, tanto en lo físico como en lo social. Yo sentía que no era lo suficientemente atractivo para una chica tan bella. Yo sé que las mujeres funcionan distinto a los hombres en este sentido; para ellas, es fácil enamorarse de un hombre que no sea precisamente atractivo, siempre y cuando tenga buena personalidad; sin embargo, mi baja autoestima no me dejaba ver esto.
Ella era de una familia acomodada, yo era muy pobre. No tenía dinero para hacerle obsequios, ni auto para invitarla a salir. Temía además que la diferencia de clase social fuera un impedimento para que su familia me aceptara. Por lo tanto, me resigné y renuncié a ese amor. A la fecha, ella sigue soltera, igual que yo, y a veces pienso si podríamos iniciar una relación, desde luego, siendo ella consciente de mi situación con la atracción al mismo sexo.
Esa fue la primera vez que me enamoré de una mujer. Creo que es importante mencionar que se siente distinto el enamoramiento con mujeres que el enamoramiento con hombres. Las veces que me he enamorado de varones, ha habido una atracción carnal muy fuerte desde el principio; con las mujeres, no se trata tanto de una atracción carnal sino de una atracción por su persona en general, es algo más puro, más limpio, más auténtico.
De los hombres, uno espera obtener algo, no sólo placer, sino también afecto, aprobación y afirmación. Leyendo psicólogos estudiosos del tema de la génesis de la homosexualidad, llegué a saber que la mayoría de los que tenemos atracción al mismo sexo es precisamente por no haber recibido de forma suficiente afecto, aprobación y afirmación por parte de nuestros pares del mismo sexo durante la infancia temprana y tardía. La idea aquí es contrastar que mientras uno espera obtener algo de otros hombres, al enamorarse de mujeres es diferente, pues yo no me sentía motivado por una recompensa, sino por el deseo de darle algo a ellas: afecto, protección y provisión.
Mucho se ha hablado de que las relaciones homosexuales son mucho más frágiles precisamente por esto: ambos hombres buscan suplir una carencia en otro que viene con esa misma carencia. No hay una verdadera complementariedad afectiva, y una vez que se apaga la llama de la pasión, no hay lazos fuertes que mantengan la fidelidad. Con esto no quiero decir que la infidelidad no exista en las relaciones heterosexuales, pues muchas veces estas también se construyen sin una base moral adecuada y fallan. No obstante, la fidelidad a largo plazo en las relaciones homosexuales es más una leyenda que una realidad.
Una vez que renuncié a la posibilidad de una relación con mi amiga, me enamoré de uno de mis amigos, pero fue algo fugaz; intenso, pero corto. Él es heterosexual, así que rápidamente le di muerte a ese sentimiento.
Terminada la preparatoria, ingresé a la universidad. Al inicio, me sentía nuevamente aislado entre desconocidos. Yo soy de esas personas que no hacen amistades profundas fácilmente, pero una vez que las hago, soy muy leal. No suelo ser de muchos amigos, pero en la universidad me sentía completamente solo.
En el segundo año, conocí a una chica muy afín a mis intereses. Ella era, como yo, del grupo de “nerds” de nuestra generación. Además, era muy hermosa: mujer de los altos de Jalisco, de media estatura, delgada, con curvas, de piel blanca y cabello rubio oscuro, de ojos grandes y una sonrisa encantadora.
Aparte de ser inteligente y bella, era muy católica, lo cual nos hizo encajar perfectamente. Ambos participábamos en campañas provida y profamilia, teníamos valores morales fuertes y una estricta observancia de las prácticas religiosas externas.
Ella también tenía cierta timidez, no tenía muchas amigas, así que cuando nos conocimos, ella se volvió muy cercana a mí. Nos sentábamos juntos en las clases, salíamos a desayunar, íbamos a la biblioteca juntos y nos apoyábamos con las tareas.
Comenzó a sentirse esa tensión característica de cuando dos personas se gustan. Había ocasiones en que estábamos en las mesas de los jardines sentado uno frente al otro, y al cruzar nuestras miradas había sonrisas y sonrojos. Recuerdo muy bien su mirada y su sonrisa cuando nos veíamos uno al otro.
Hubo una ocasión en que estábamos juntos y solos en una mesa. Nos vimos a los ojos, ella sonrió y se sonrojó. Yo también me sonrojé y sonreí, y fue un momento de tanta tensión bonita en que ambos bajamos la mirada y no dejábamos de reír sin ningún otro motivo que el vernos uno al otro. Yo sentí unas ganas enormes de besarla, pero temí que robarse ese beso fuera a arruinar nuestra relación.
Platicando sobre nuestra vida personal, ella me comentó que sólo había tenido un novio en toda su vida, y que habían terminado con él hace tiempo, aunque mantenían comunicación como amigos. A pesar de que ya no tenían un romance, yo sentía celos. Cuando hay celos, es porque hay amor. Desde luego, no es lo mismo celos normales que celos enfermizos.
Día y noche la recordaba y pensaba en cómo sería nuestra vida como matrimonio. Pensaba en la ceremonia religiosa, en la noche de bodas, en los hijos, en emprender un negocio juntos… En mi casa, me veían pensativo por largos periodos de tiempo y me preguntaban si algo me pasaba. Yo decía que todo estaba bien, nunca les decía que estaba enamorado.
Mi amiga ciertamente les habló de mí a sus papás, pues su mamá quería conocerme en persona. Me invitaron a comer a su casa, aunque nunca usé la invitación, en primera, por cuestiones de tiempo, y en segunda, porque yo era pobre y en la familia de ella eran ricos, y yo sabía que sus padres no habían estado de acuerdo anteriormente en que ella anduviera con un hombre pobre. Yo temía que el ser de distintas clases sociales fuera a ser un motivo para que en su familia no me aceptaran.
Como había otros hombres que pretendían a mi amiga, yo me sentía bajo presión para proponerle noviazgo cuanto antes, así que un día, sin muchos rodeos, le dije que no dejaba de pensar en ella y que me gustaría que fuéramos novios. No sé si fue que la tomó por sorpresa o si ella misma me quiso evitar la pena de ser rechazado por sus papás, pero se ruborizó, y me dijo que me quería mucho y quería mantener lo nuestro como una amistad.
Yo me sentí muy desconsolado con su respuesta. En ese momento, lo único que quería era estar en un lugar solo donde pudiera llorar, pero no podía huir. Tuve que contenerme y hacer como que nada pasaba. La acompañé al lugar donde estaba estacionado su auto y nos despedimos.
Cuando iba en el autobús de regreso a casa, no dejaba de pensar en lo que había pasado. Por primera vez en la vida me había atrevido a pedirle noviazgo a una mujer, a la cual amaba mucho, pero me habían rechazado. Nuevamente, mi autoestima se vio dañada. Creí que ya nunca volvería a encontrar una mujer como ella, y si la encontraba, me iba a rechazar. Me sentía miserable, torpe, indigno de ser amado. En esa noche, me puse a llorar. Caí en un estado de tristeza que duró varios meses.
La próxima semana, cuando nos volvimos a ver, ya no fue igual que antes. La situación entre nosotros era tensa. Ya no sentíamos esa confianza para acercarnos uno al otro y hablar sobre nuestro día a día.
Si bien ella me había dicho que no podíamos ser novios, yo veía claramente que se disgustaba cuando me veía hablar con otras mujeres. Un día, ella subió al piso donde iba a ser nuestra clase y comenzó a buscar con la mirada. Yo la veía desde atrás, desde donde estaba sentado en unas escaleras hablando con otra compañera de clase. Cuando nos vio juntos, noté su expresión de sorpresa, se dirigió con nosotros y nos interrumpió. Yo notaba su mirada de reclamo cuando me veía a la cara.
De cualquier manera, no quise exponerme a otro rechazo y no insistí en el noviazgo. Hay quienes no se rinden e insisten hasta que la mujer les da el sí, pero yo no fui de esos.
Fueron meses muy duros para mí,
pero yo confiaba en que el tiempo lo sana todo. Poco a poco, nuestra tensión
desapareció y volvimos a ser amigos, pero ya no íntimos. La soledad me lastimaba, y los pensamientos negativos acerca de mi persona me invadían. Fue en
ese estado de vulnerabilidad cuando llegó un chico muy guapo y con el que conectamos muy bien, y me enamoró, pero esta triste historia es aparte.
Las experiencias dan conocimiento, y para mí fue bueno conocer las diferencias entre enamorarse de un hombre y enamorarse de una mujer. En lo personal, diría que el amor por una mujer es más genuino, más desinteresado, más noble y más puro. Es diferente a ese “amor” cargado de lujuria y de deseo de recompensa que se siente por un hombre.
Yo hice a Dios la promesa de que nunca tendré ni noviazgo, ni amoríos, ni relaciones sexuales con ningún hombre, y es una de las mejores decisiones que he tomado. No obstante, yo estoy abierto a la posibilidad de noviazgo con una mujer.
No estoy buscando activamente una relación. Yo creo que el verdadero amor no es algo que tengas que buscar, sino que el amor te encuentra. De la afinidad nace la amistad, y después de la amistad puede venir el amor. No creo en el amor a primera vista. Si algún día conozco a una mujer, nos hacemos amigos y después me enamoro de ella, y ella de mí, sería una dicha tener una novia.
No quiero que los lectores me vayan a malinterpretar y pensar que yo usaría una mujer como “tapadera”, como un medio para encubrir mi atracción al mismo sexo y quedar bien con la sociedad. Si me encontrara en la posibilidad de tener una relación con una mujer, le haría saber mi situación, y si ella me acepta, entonces sucedería el amor.
En un par de ocasiones, pregunté en twitter si las mujeres estarían abiertas al matrimonio religioso con un hombre con atracción al mismo sexo, siempre que se cumplieran las condiciones de amor mutuo, y sabiendo que ese hombre (o sea, yo), siendo fiel a Dios, nunca ha tenido ni tendrá amoríos ni relaciones con otros hombres. Sorprendentemente, la mayoría respondió que sí.
Si alguno de los lectores es hombre con atracción al mismo sexo y está pensando en tener un noviazgo con una mujer, debe reflexionar seriamente sobre lo anterior. El noviazgo debe verse como un posible matrimonio, no como un pasatiempo. Si no se está enamorado de la mujer, o si se cree que a pesar del cariño por ella no se podrá realizar el acto conyugal de forma correcta, es mejor no intentarlo, por respeto a la dignidad de la mujer. Sería un pecado ilusionarla en vano, o hacerlo simplemente para complacer la opinión de la sociedad.
Doy por concluido este escrito, encomendando todos mis apreciados lectores a Dios, nuestro Padre bueno.
Que buen testimonio, abrazos Adolfo.
ResponderBorrarBuenisimo, auténtico tiene un fondo de que lo que se trata es del amor y que Dios no se equivoca nunca.
ResponderBorrar