Mi triste historia con la pornografía

Escuchar la palabra “adicción” siempre nos recuerda algo trágico, un problema que debe combatirse. No obstante, hay una adicción de la que, en nuestros días, poco se habla, y si se hace, es generalmente para glorificarla: la adicción a la pornografía. Hoy quiero compartir con todos ustedes cómo fue que yo me envolví en ese vicio vergonzoso y los problemas que tuve para salir de allí.

Recuerdo cuando era un niño y comencé a aprender el funcionamiento del sistema reproductor, la pubertad y los cambios que en esta se producen y todo lo relacionado con el tema de la sexualidad. En México, estos temas se ven desde la primaria, incluyendo anticonceptivos. No obstante, el enfoque fue diseñado desde la postura liberal, la cual sostiene que hay libertad para tener relaciones sexuales y explorarse a uno mismo sin límites, siempre y cuando se use protección y haya mutuo acuerdo entre los participantes.

Hay quienes tienen el pensamiento iluso de que este enfoque reduciría los embarazos no deseados y las enfermedades de transmisión sexual. Sin embargo, las consecuencias están allí: el alto número de embarazos no deseados y de infecciones de transmisión sexual son muestra del fracaso de ese enfoque no solo no promueve la castidad y el respeto por el propio cuerpo, sino que muestra estos valores como algo anticuado y vergonzoso.  Exponer a los niños y jóvenes a estas ideas, lo único que logra es despertar el morbo en los menores y sembrarles las ganas de experimentar, y ese fue mi caso.

Durante la primaria y la secundaria tuve un compañero que fue mi mejor amigo y al que aprecio mucho. Con él hablábamos de los temas de sexualidad sin ningún tabú, y por eso sé bien que también él pasó por algo similar a lo mío. Cuando vimos, por ejemplo, que en los hombres la pubertad estaba marcada por el crecimiento físico, el crecimiento de los genitales, la aparición de vello púbico y corporal, así como la primera eyaculación, ambos hablábamos acerca de lo que cada uno iba pasando, para comparar nuestro desarrollo. Ambos estábamos pendientes de nuestros cambios físicos, viendo quién tenía primero un sueño húmedo, que marcaría de forma clara que ya se estaba en la adolescencia.

En ese tiempo, ninguno de los dos sabía cómo masturbarse. Por suerte, en ese sentido, éramos más inocentes que el promedio de los niños. Cuando los compañeros hablaban de “jalársela” (así se le llama a la masturbación en lenguaje vulgar), nosotros no sabíamos realmente de qué estaban hablando. No obstante, llegó el día en que mi amigo y yo supimos que se trataba de estimular los genitales con las manos hasta provocarse un orgasmo, y pues pasó lo inevitable: comenzamos a practicar la masturbación, a los 13 años. Aclaro que lo hizo cada uno en su casa por separado, entre nosotros nunca hubo ningún tipo de contacto sexual, simplemente ambos nos contábamos cómo íbamos en ese proceso de ”autoexploración”.

Recuerdo que experimentar un orgasmo fue algo totalmente nuevo para mí, me gustó. Y al día o dos volví a hacerlo, comenzando a practicarlo algunas veces a la semana. Ninguno de los dos amigos contaba con teléfono con capacidad para ver imágenes ni tampoco con ningún tipo de revistas pornográficas, todo lo que pasaba era a la imaginación, pero algunos de nuestros amigos más adinerados sí tenían teléfonos con pantalla a color y en ellos tenían imágenes y videos pornográficos cortos.

Cuando tenía unos 16 años, mientras estaba en la preparatoria, tuve un teléfono (de segunda mano) con cámara y pantalla a color. No pasó mucho tiempo para que mis compañeros más vagos me facilitaran algo de material pornográfico por bluetooth. Fue entonces que por primera vez tuve acceso a la pornografía durante el vergonzoso acto de masturbación privada.

Yo no tenía acceso a internet en mi casa, solo en cibercafés públicos, en los cuales evidentemente no se ve pornografía, de forma que no tenía ni idea de que en internet hay una enorme cantidad de material pornográfico. Todo lo que tenía eran tres o cuatro videos y unas cuantas imágenes en el teléfono, y no eran de pornografía gay. De todas maneras, me servían para caer en el vicio solitario algunas veces a la semana, lo cual ya es bastante.

Adicción a la pornografía no es estar todo el día viendo porno y tocándose, sino el hecho de tener que recurrir a ella de forma regular y no tener el control para dejarla a voluntad propia. Muchos hablan de que es sano ver pornografía sin caer en una adicción, sin saber que ellos son adictos. Así sea una vez cada dos semanas o dos veces al día, si no hay control ni ganas de dejarla voluntariamente, es una adicción.

Poco después, a los 17 años, ya había logrado conseguir algunas imágenes de hombres en ropa interior o desnudos, lo cual era ya un escalón más hacia la pornografía gay, un nivel más de perversión. También navegué brevemente en sitios de pornografía gay.  Finalmente, cuando entré a la universidad, a los 18 años, tuve una computadora portátil personal y acceso a internet, y con ello, acceso al asqueroso mundo del porno.

Desafortunado fui yo al descubrirlo, pues mis deseos de que llegar a ese momento del día, donde pudiera quedarme solo para ver hombres teniendo relaciones sexuales, iban en aumento. En ese tiempo, veía pornografía varios días de la semana y se me hacía caso imposible pensar en dejar de hacerlo para siempre, o sea, una completa adicción.

En esos mismos meses, tuve un encuentro personal con Dios en la Renovación Carismática Católica. Ese suceso marcó el inicio de mi proceso de conversión. No vi pornografía ni tampoco me masturbé por algunas semanas, un par de meses. Ni siquiera sentía ganas de hacerlo, mi mente estaba ocupada en las tareas cotidianas, en la oración y en esa vivencia de fe que tuve.

No obstante, cometí el error de no acudir a la confesión sacramental. Yo sabía que Dios tenía conocimiento de mis pecados y que me podía perdonar, pero también tenía mucha vergüenza contarle a un sacerdote sobre la masturbación y mis fantasías con otros hombres. Cabe señalar que en ese tiempo yo ya había hecho la firme resolución de mantenerme virgen y nunca tener relaciones sexuales con ningún hombre, pero el hecho de hacerlo mentalmente viendo pornografía ya era algo terrible, y no quería que mi párroco, se enterara de mis perversiones, pues creía: "cuando me vea, se va a acordar de mis pecados". Tenía que buscar un sacerdote que no me conociera, en un lugar donde no me viera ni los pies, para confesarme, y por eso, por soberbia y por temor a ensuciar mi imagen, pospuse mi confesión sacramental.

Un par de meses después de haber tenido el anteriormente mencionado encuentro con Dios, sentí la curiosidad de ver un poco de imágenes de hombres atractivos. “Al cabo que hace un buen tiempo que no tengo ganas de masturbarme, no voy a caer”, “será nada más verlos y ya, nada pasará, podré a prueba que ya vencí el vicio”, pensaba tontamente yo. Y así fue como un día comencé a ver imágenes de hombres semidesnudos y al día siguiente volví a caer en la pornografía y la masturbación.

Como era de esperarse, me sentía terrible. Sentía que todo el progreso se había venido abajo, que todo lo que ya estaba limpio volvía a mancharse, que otra vez era indigno a los ojos de Dios. Y lo peor es que esa desesperación no me impulsó a la castidad nuevamente, sino que seguí recurriendo al pecado. “Al fin que manchado ya estoy, ¿qué da más si lo hago una vez más?” Razonaba tontamente yo, de la misma manera que -tristemente- razonan muchos hombres que están sumidos en este vergonzoso vicio.

Volví a recurrir a la pornografía, y como toda adicción y todo pecado, comencé a sufrir las consecuencias. En primer lugar, y lo menos grave de todo, me cayó un virus informático a la computadora. Los sitios de pornografía suelen estar llenos de ventanas emergentes que se abren al dar clic para ver algún video, y en estos incidentes entran los virus a las computadoras. Mi laptop comenzó a funcionar lenta, así que tuve que llevarla con alguien experto a limpiarla. “No me vuelve a pasar, no veré más pornografía”, pensaba yo, y un par de semanas después allí estaba otra vez.

La segunda consecuencia fue en mi salud física. Casi siempre, escogía la noche para ver pornografía, cuando yo estaba solo en mi cuarto y todos se habían ido al suyo. Algo que he visto que sucede a quienes ven pornografía, y que me consta porque lo han dicho públicamente o me lo han contado, es que se invierte bastante tiempo en ello. Una persona ajena a estas cosas podría pensar: “bueno, se quedan solos y en unos 15 o 20 minutos ya terminan”, pero no. Suele pasar que la víctima primero selecciona algunos videos, los mira y selecciona el que más le guste para con ese terminar. Esto puede llevar hasta una hora, o incluso más. He visto testimonios de hombres que se quedaban hasta las 3 am viendo videos pornográficos. Es por eso que ver pornografía de noche resta bastante tiempo de sueño útil.

La falta de un buen dormir trae muchas consecuencias a nivel físico: disminución de la energía durante el día, insomnio durante la noche, disminución de la capacidad de concentración, pérdida de peso, o bien lo contrario, aumento de peso, dependiendo de los hábitos alimenticios de la persona. En mi caso, al ser de complexión delgada, experimenté una ligera disminución del peso, pérdida leve de capacidad de concentración, insomnio, somnolencia diurna y falta de energía. No obstante, la privación de sueño en otras personas trae consecuencias un tanto más graves, como gastritis y pérdida considerable de la capacidad de concentración.

También está demostrado que el no dormir bien causa aumento del estrés psicológico y ansiedad. En mi caso, sí hubo aumento del estrés y algunos episodios leves de ansiedad. No obstante, me sorprende que hay tantos que, debido a la adicción a la pornografía y a la privación de sueño, tienen altísimos niveles de estrés y ataques severos de ansiedad, y, no obstante, dicen que la pornografía nos les causa ningún daño, sino que les ayuda “a relajarse”. No se dan cuenta de que buscan el remedio en la mismísima causa de sus males.

El tiempo consumido en la pornografía es tiempo robado a actividades útiles como el estudio o el cuidado de sí mismo. Esto puede llevar al descuido de cosas que verdaderamente importan, incluso a una reducción en el rendimiento escolar y laboral. Gracias a Dios, no fue este mi caso, pues primero terminaba mis deberes y ya después cometía la infamia, pero he conocido personas a las que el consumo de pornografía las ha llevado a bajar su rendimiento escolar y laboral.

Otra consecuencia es la disminución de la autoestima. En toda la pornografía, pero especialmente en la pornografía gay, el material con mayor rating suele mostrar físicos muy cuidados. Es bastante común ver hombres bien ejercitados, con músculos grandes. En mi caso, en aquellos años yo era mucho más delgado que ahora. Al ver el físico de esos hombres, me comparaba con ellos y sentía que mi cuerpo era feo. Esto me llevó a tener mayor inseguridad y menor autoestima. Por falta de constancia y de una buena alimentación, yo no lograba crecer mis músculos, aunque hiciera ejercicio. En cierta manera, pensaba que, para ser exitoso en las relaciones interpersonales, había que tener un excelente físico. Me daba vergüenza ir a pool parties, a la playa o a balnearios. Sentía que nunca nadie me iba a desear ni a querer porque mi físico no era como el de esos hombres impúdicos.

Ahora veo en retrospectiva lo mal que estaba mi manera de pensar. Las relaciones interpersonales no son algo que dependa del físico, y, además, no es sano andar uno comparándose constantemente con los demás. Cada persona tiene su propio encanto, el cual no depende de lo físico. Con esto no quiero decir que uno no deba cuidarse ni verse bien, al contrario, es bastante saludable estar en forma y tener buena apariencia, pero entendiendo que todos somos diferentes y que, a los ojos de nuestro Padre Dios, todos somos bellos y amados.

Con el paso del tiempo, me enfoqué en mí, pero de forma distinta. Mi autoestima mejoró grandemente. Volviendo a mencionar lo de los músculos, comencé a ejercitarme poco antes de salir de la adicción a la pornografía, pero no para verme bien, sino para estar sano y fuerte. Desde el momento en que dejé totalmente la pornografía y la masturbación, fue muy grande la ganancia de fuerza y de masa muscular que tuve. Me comencé a sentir conforme con mi cuerpo, más seguro y me volví más sociable. Los hombres fuertes ya no me intimidan ni me despiertan la atracción que me generaban antes.

En la pornografía suelen dar la impresión de que quienes se entregan a sus pasiones vergonzosas son personas felices. No obstante, esto es falso. Llegué a leer la historia personal de algunos actores porno: drogas, enfermedades de transmisión sexual, violaciones y suicidios. Conocí un par de noticias donde los actores fueron abatidos por la policía durante su detención por actos criminales.

Nuevamente, el pensamiento liberal quiere hacernos creer que seremos felices entregándonos a la lujuria, pero ni los actores porno ni quienes actúan guiados por la ilusión de la liberalidad sexual son felices.

Las consecuencias físicas y psicológicas son lamentables, pero las peores consecuencias son las espirituales. ¡Cuántas almas viven con el riesgo de perder la vida eterna y caer en la condenación perpetua a causa de la pornografía! En esta vida, uno sufre algunas consecuencias de sus pecados, las cuales son como una advertencia de Dios de que corremos el riesgo de condenarnos, pero lo peor vendrá después de la muerte.

Bien sabido es que la lujuria es una de las cosas más negativas para la fe. No es novedad que muchos comienzan con la masturbación y terminan siendo herejes o completamente ateos. Cuando se vive en un vicio contrario a lo que se cree, entra en conflicto la conciencia con el obrar. Esto genera bastante tensión, y, en algunas personas, ansiedad.

La manera de afrontarlo debería ser cambiando el obrar para ajustarlo a la conciencia, pero muchos se van por la vía del autoengaño, aceptando la mentira como verdad, haciéndose creer que los actos lujuriosos son lo mejor del mundo y que no llegará el día en que den cuenta a Dios, o que Dios dejará sin justicia cualquier pecado de esta naturaleza.

Yo decidí la forma recta de solucionar este conflicto, pero el proceso fue largo y lleno de caídas. Recuerdo que, en algunas temporadas, mirar pornografía era como parte de una rutina para cuando me sentía estresado. Estaba agobiado, entonces buscaba la pornografía pensando que con eso me iba a relajar. Es cierto que mientras uno se está tocando, la mente se olvida de los problemas, pero al terminar, los problemas siguen allí y el estrés vuelve.

Al ver pornografía no sólo no se me quitaba el estrés, sino que al terminar me sentía miserable y sucio, peor que antes. Esa sensación de culpa debería motivar al cambio, pero muchos no salen del círculo vicioso. Hubo veces que, inclusive, ni siquiera disfrutaba, no sentía placer al mirar pornografía, pero era como si terminar fuera una tarea impuesta. Y es que, en realidad, uno es esclavo del demonio cuando está envuelto en los vicios.

Yo no perdí la fe, pero ciertamente, en esos periodos de vicio, mi vida espiritual estaba por los suelos. No sentía ganas de hacer oración, ni de leer la Biblia. Me mantenía asistiendo a misa y a actividades la parroquia porque sabía que, si las abandonaba, iba a caer irremediablemente en la perdición. Tristemente, son muchos los que abandonan toda práctica religiosa por no saber manejar los asuntos de la lujuria.

En este vaivén de avances y retrocesos, pude aprender muchas cosas por ensayo y error, las cuales he escrito en otra entrada sobre cómo dejar la pornografía, la cual podrán leer dando clic aquí.

Recuerdo que muchas veces tomaba impulso, retomaba la oración y me confesaba. Es impresionante la gracia que uno recibe de Dios cuando se confiesa bien. Pasaba un par de meses sin caer, pero luego descuidaba la oración, y recaía.

Por invitación de amigos míos y por las buenas recomendaciones que escuchaba, hice mi consagración total a Jesucristo, por medio de María, según el método de San Luis Marie Grignon de Montfort. Esto es algo que recomiendo ampliamente a todo el que me lea. Consiste en una renovación de las promesas del bautismo y en un acto de sometimiento voluntario a Jesucristo, en calidad de esclavo.

La entrega la hice total, es una esclavitud. Sabiendo que, en mi calidad de humano, con naturaleza caída a causa del pecado original, no soy mas que inmundicia, y que mis propias fuerzas no son capaces sino de llevarme a la perdición, cedí todos mis derechos y mi libertad a Jesucristo, sabiendo que Él nos ama y sabe lo mejor para nosotros. Le suplicaba: “Señor mío, Tú sabes que por mis fuerzas no puedo hacer nada bueno, por eso, te suplico que no dejes de llamarme hacia Ti, y en caso de que me aparte de tu camino, te entrego mis derechos, para que me reprendas, me llames la atención y me empujes a enmendarme, de la forma que Tú quieras.”

Hay que mencionar que después de la consagración tuve un periodo de salud espiritual muy hermoso, pero tiempo después volví a caer. De todas maneras, ya no era lo mismo. Hubo muchas ocasiones en que recurría al horrendo vicio, y mientras estaba en el acto, veía colgando de mi cuello la cadena de esclavo de Jesucristo y la medalla con la Virgen María. En el momento, me sentía miserable por lo que estaba haciendo y porque con ello estaba siendo infiel al amor de Dios. Hubo veces que ocultaba la medalla y continuaba, sintiendo malestar y repulsión, pero continuaba, pero hubo ocasiones en que me veía forzado a abandonar lo malo que estaba haciendo.

En el cenagal de la pornografía llegué a toparme con blasfemias y ofensas gravísimas a Dios. Es común que, al entrar a un sitio porno, lo primero que salga es la sección de “lo más visto”, donde aparecen los videos más vistos y buscados de los últimos días. Entre ellos había títulos con cosas que me generaban tanta repulsión que ni siquiera me atrevía a verlas, pero dejaban muy claro de lo que se trataba. Había en ellos fantasías de supuestas relaciones entre hijo y padrastro, entre penitente y presbítero, entre hermanos, entre tío y sobrino, etc.

Recuerdo que en una ocasión estaba viendo un video, no de los anteriormente enumerados, los cuales no podía ni ver, pero durante su curso vi que el actor tenía unos tatuajes con palabras en latín. Me detuve a leerlos: “memento vivire” (recuerda que vivirás), decía uno de ellos; esto no es sino una parodia del famoso “memento mori” (recuerda que morirás). La idea de pensar en la muerte es un excelente ejercicio para la conversión personal, pero el infame tatuaje era una burla de ella.

Después vi uno mucho peor: “hoc est corpus meum”, que significa “porque esto es mi cuerpo”, las palabras de Jesús en la última cena, las cuales todos los católicos oímos en cada misa. Esto es una total blasfemia. Mientras que Jesús dijo: “esto es mi cuerpo, que será entregado por ustedes (…) para el perdón de los pecados”, el tatuaje del actor decía “esto es mi cuerpo” y yo hago con él lo que yo quiera, incluso entregarlo a Satanás. Algo enteramente diabólico.

No pude continuar viendo semejante atrocidad. No obstante, eso me hizo reflexionar sobre algo que es obvio: ver pornografía y practicar la masturbación es entregarse como esclavo a los demonios.

Tiempo después, en un contexto donde me tocó estar cercano a personas sufriendo de infestaciones diabólicas, recordaba lo de ese video. Cuando veía pornografía, saltaba en mi mente el pensamiento de que alrededor de mí había demonios burlándose de verme cometiendo tan asquerosa bajeza y celebrando mi condenación. La recurrencia de este pensamiento me llevó al punto límite: no podía seguir así, en esa dinámica de levantarme y luego volver a caer.

Un buen amigo católico me dijo que podría ser útil hacer una confesión general, esto es, ir con un presbítero y confesarle no sólo los pecados cometidos después de mi última confesión, sino también aquellos de mi vida pasada sobre los cuales hubiera duda de que estuvieran confesados o si fueron confesados mal.

Duré meses preparándome para esa confesión, pidiendo en oración un verdadero arrepentimiento y dolor por mis pecados. En ese momento, tenía 27 años, estaba a un mes de cumplir 28. Finalmente, llegó el gran día. Durante mi camino al templo, iba pensando: “esta guerra contra el demonio no consiste tanto en cambiar las leyes del mundo, sino en cambiar yo”, “este día, el demonio será derrotado por Dios, que me librará de la esclavitud”.

Dije mis pecados a mi confesor habitual, un sacerdote mayor al cual aprecio muchísimo, y recibí la absolución. Lo de después fue un cambio radical: fue como si me hubieran quitado el chip de la lujuria. En los primeros meses vivía con miedo de volver a caer en el futuro, pero ya no era un gran miedo, porque realmente, desde entonces, no sentí mismo el impulso de recaer. Ciertamente uno tiene tentaciones, pero Dios me concedió superarlas con una facilidad que yo no creía posible. Me dijo uno de mis compañeros de la parroquia: “tuviste una liberación”, esto es, librarse de una forma de influencia demoniaca.

Desde entonces comenzó lo que ha sido el mejor tiempo de mi vida. Recuerdo la fecha exacta de mi confesión general, y es para mí un día de celebrar. Conforme pasaba un mes en castidad, agradecía a Dios y le pedía su ayuda para lograr otro, después otros dos, después otros seis, otro año… En fin, entre más tiempo pasas en castidad, mejor te sientes.

Mi vida ha mejorado sustancialmente. Tan feliz me siento, que quisiera que todos los que me leen supieran la dicha a la cual pueden llegar si dejan que Jesucristo transforme sus vidas. No importa si sus pecados son pornografía y masturbación, o si son fornicación o cualquier otro. Dios es rico en misericordia, y su poder es capaz de limpiarnos de toda mancha. Él resucitó y nos ha prometido que, si nos sometemos al Evangelio, nosotros también resucitaremos no para una condenación eterna, sino para una dicha eterna, dando cánticos a Dios en unidad con todos los ángeles y santos. La castidad trae dicha y felicidad desde esta vida, pero aún esta dicha es nada comparada con lo que está aún por venir en el mundo futuro.

Doy por concluido este testimonio, deseando para todos mis lectores la bendición de Dios.

Comentarios

  1. Hola Adolfo, hoy he leído tus experiencias y me han sorprendido enormemente. No pensé que en el mundo existieran personas con los mismos combates que yo tengo, no quiero seguir siendo un esclavo. Te confieso que esa renuncia que has hecho me anima a creer que la castidad en este mundo de hoy, si existe. Gracias amigo, anhelo que algún día podamos conocernos y que pueda encomendarse a tus oraciones para que el Señor se apiade de mi que soy un hombre pecador, que siempre me he creído bueno para aparentar ser santurron y poder manipular a las personas a mi antojo. Que sinceridad y eso me consuela enormemente. Saludos desde Colombia. Pertenezco a la Iglesia Católica y hago mi experiencia de fe en el Camino Neocatecumenal. Es un honor para mi haberte leído. Un abrazo

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  2. Excelente Sr Adolfo. Qué sigas en los caminos de Dios.

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